ANTE
LA DEGRADACIÓN DE LA GUERRA Y LA FRAGILIDAD DEL PROCESO
URGE UN ACUERDO DE CESE AL FUEGO
Álvaro
Villarraga Sarmiento
A
partir de las recomendaciones entregadas por la Comisión
de Personalidades y superada la mayor crisis presentada en
las conversaciones con las FARC, se abre la posibilidad de
suscribir un acuerdo bilateral de tregua con cese al fuego
y las hostilidades, con énfasis en la protección
de la población y con resultados parciales concretos,
en torno a la agenda temática convenida.
La
gestión facilitadora de la ONU y del grupo de países
amigos del proceso de paz así como de algunos sectores
sociales y de la Iglesia Católica, evitaron el retorno
a la guerra abierta e introdujeron la figura de acompañamiento
y asesoría permanente, de testigos y facilitadores
internacionales y nacionales, en la Mesa de Diálogo
y Negociación con las FARC. Sin embargo, es notoria
la inclinación de factores de poder y de opinión
internos y externos a la guerra, en medio de un clima de inestabilidad,
polarización y ofensiva guerrillera, aspectos que colocan
en riesgo la firma de la tregua.
Con
anterioridad distintos sectores proponían convenir
un cese al fuego y a las hostilidades entre el Estado y los
movimientos insurgentes. En la discusión han pesado
los argumentos del agotamiento de las conversaciones en medio
de los incidentes militares y de los atentados, ahora más
graves y frecuentes. Se aboga en consecuencia por un ambiente
político favorable al propósito de la paz. Es
notorio el escepticismo y la exigencia a las partes de conseguir
pronto resultados en materia de acuerdos. Y urge obtener compromisos
que impidan los ataques sistemáticos que se cometen
contra la población civil y los bienes civiles.
En
las guerras salvadoreña y guatemalteca el cese general
del fuego y de las hostilidades hizo parte de la consolidación
de los acuerdos de paz. En El Salvador se trató de
una guerra generalizada, con hostilidades que alcanzaron niveles
insurreccionales y en donde si bien hubo atropellos masivos
contra la población, no fue la actividad militar más
destacada. En Guatemala se mantuvo una guerra de bajo impacto,
irregular, prolongada, no generalizada y circunscrita a áreas
rurales, con un contexto de altísimos niveles de violación
a los derechos humanos y de represión sistemática.
La
experiencia colombiana ha sido y es distinta; la guerra es
un fenómeno de impacto pero no se ha generalizado ni
está en condiciones de convertirse en una guerra civil;
es una guerra prolongada en escenarios rurales, pero ligada
a una violencia política sistemática y a un
margen amplio de violencia social; el contexto es de polarizaciones
y conflictos diversos, con interferencia del narcotráfico,
con numerosos centros urbanos en los cuales se alberga la
mayoría de la población y enfrenta una problemática
política y social distinta, aunque se relacione en
su origen y causas con el conflicto armado campesino.
Además,
si bien tenemos tradición de conflicto armado, también
la tenemos de diálogos y negociaciones de paz; algo
paradójico pero real durante las dos últimas
décadas. También, a diferencia de los procesos
únicos y definitivos con el FMLN y la URNG, en Colombia
el proceso de paz es discontinuo, fraccionado con cada movimiento,
con avances y aproximaciones innegables, pero también
con fracasos y retrocesos. Sus tres ciclos han sido: las treguas
bilaterales de mediados de los ochenta, los pactos de paz
con parte de la insurgencia a inicios de los noventa al fragor
de la Constituyente y, durante los últimos tres años,
la reiniciación del proceso con el presupuesto de conseguir
la solución definitiva con los movimientos que mantienen
el alzamiento. Pero en el interregno de estos eventos, y aún
más, interfiriéndolos, perviven las fases de
recrudecimiento de las hostilidades.
Y
a la vez, a diferencia de otros contextos, las figuras de
las treguas bilaterales, las treguas unilaterales, las consiguientes
órdenes de cese al fuego y las negociaciones programáticas,
a través de agendas que consideran reformas sociales
y políticas, posibilitan consensos para la superación
de las hostilidades y la terminación de la guerra.
De tal manera, estas figuras se asocian a los entendimientos
políticos, a las acciones humanitarias y a los procesos
de diálogo y negociación emprendidos. Esta experiencia,
de una u otra forma, se presenta durante los últimos
cinco gobiernos y ha comprometido a todos los movimientos
guerrilleros. Históricamente responden a la perspectiva
estratégica e inevitable de la paz.
ANTECEDENTES
Es
del caso recordar que en 1984 se suscribieron dos acuerdos
de tregua bilateral entre el Gobierno de Belisario Betancur
y las FARC de una parte, y el M19, el EPL y el ADO, de otra
parte , cuyo contenido asocia la paz al logro de reformas
sociales y políticas importantes, a la demanda un régimen
de garantías y al compromiso con regulaciones de conductas
de las partes, en referencia expresa a determinados tipos
de violaciones a los derechos humanos y al derecho humanitario.
Se
trató de una tregua bilateral impartiendo públicamente
las consiguientes órdenes de alto al fuego y cese de
las acciones ofensivas a las Fuerzas Armadas por parte del
presidente y a los frentes guerrilleros por parte de sus respectivas
comandancias, de manera que se comprometió el Estado
a respetar respecto de los movimientos guerrilleros en tregua
los campamentos, las sedes políticas autorizadas en
distintas ciudades y la integridad de los voceros. La distensión
militar se consiguió en beneficio de los mecanismos
de diálogo y en la perspectiva de profundizar los acuerdos
y de garantizar la proyección política de la
insurgencia en tales circunstancias.
Continúa...
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